“El siguiente paso”, prosiguió Merlín, “anuncia la entrada en escena del ego, el sentido del ‘yo’. Para que haya un ‘yo’ también debe existir un ‘tú’ o un ‘aquello’. El nacimiento del ego es el nacimiento de la dualidad. Marca el principio de los contrarios y, por lo tanto, de la oposición.
Aunque cada nuevo paso de la alquimia hace tambalear al anterior y pone el mundo al revés, esta revolución es quizás la más espantosa. ¡Han dejado de ser dioses! “Imaginen un ser que se siente omnipotente en su mundo. A donde quiera que mira encuentra el reflejo de sí mismo. De pronto, comienza a ver a las personas y a las cosas como creaciones separadas. Ninguno de ustedes recuerda este suceso aterrador porque ocurrió en la primera infancia. Sin embargo, fue un cambio estremecedor, casi como un nuevo nacimiento. Eran felices como dioses y nacieron a la mortalidad”.
“También fue un nacimiento al dolor”, dijo Percival. “¿Era absolutamente necesario este paso?” “Ah, claro que sí. Ya les dije, las semillas y las tendencias. Cuando la curiosidad del bebé lo lleva a fijar su atención afuera de sí mismo, ¿qué es lo que ve? Primero, el rostro de su madre. De acuerdo con el plan de la naturaleza, el bebé responde automáticamente a su madre como a una fuente de amor y alimento.
Pero es una fuente externa a sí mismo. He ahí la trampa, porque por perfecto que sea el amor materno, no es amor propio y, durante muchos años; ustedes suspirarán por la pérdida del amor perfecto, sólo para darse cuenta de que el objeto de su nostalgia es el amor por ustedes mismos antes de que los demás aparecieran en escena. “Al principio, no había separación. Cuando el bebé tocaba el seño de la madre, o su cuna, o la pared, sentía que todas esas cosas eran una sola sensación continua sin divisiones.
Sin embargo, al poco tiempo todos los bebés se dan cuenta de que hay algo más aparte de ellos mismos: el mundo exterior. El ego dice: ‘este soy yo, ése no soy yo’. Y gradualmente comienza a identificar algunas cosas con su ‘yo’ — su mamá, sus juguetes, su hambre, su dolor, su cama. Tan pronto como emergen las preferencias se perfila todo un mundo que no es “él” — no es su mama, no son sus juguetes, y así sucesivamente. “No puede recordar ese nacimiento, como tú lo llamas”, dijo Percival. “Pero si lo que dices es cierto, entonces fue en ese momento cuando comenzó la búsqueda del Grial.
¿Dónde más podría comenzar sino en la separación?” “Si. Mientras ustedes los mortales se sentían divinos, no había necesidad de salir a recuperar la bendición de Dios”, coincidió Merlín. “Pero en la separación comenzaron a buscarse a sí mismos en los objetos y los sucesos. Perdieron la capacidad de verse a sí mismos como la fuente verdadera de todo lo que es. Para el bebé no era equivocado sentirse la fuente de la vida.
Pero a medida que comienza a explorar el mundo exterior y a fascinarse por sus objetos, liga su felicidad a ellos. Esto es lo que denominamos referencia al objeto, la cual reemplaza la autorreferencia presente en el bebé”. “¿Y este paso no se pierde también a medida que el niño continúa avanzando?”, preguntó Galahad.
“Nada se pierde nunca. El nacimiento del ego dio lugar a aspectos que todavía pueden percibir en ustedes mismos: el temor al abandono, la necesidad de aprobación, la necesidad de poseer, la angustia ante la separación, la preocupación por sí mismos, la autocompasión. Desarrollaron adicción por el mundo y continúan siendo adictos, porque ya no pudieron sentir la plenitud de la misma manera simple como la siente un bebé. Pero no se desesperen, porque bajo esos cambios había una fuerza más profunda en funcionamiento”.
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Janeth