La tercera parte de este libro se refiere a las etapas de transformación a través de las cuales el mago lleva a su discípulo. Las he denominado los siete pasos de la alquimia, los cuales comienzan con el nacimiento y conducen, con el tiempo, a la transformación total.
La alquimia consiste en transformar las cosas en oro, la sustancia perfecta e incorruptible. En términos humanos, el oro es un símbolo de la pureza de espíritu. Los siete pasos de la alquimia se realizan cuando la persona deja atrás todas las limitaciones, se libera de todos sus temores y toma consciencia del espíritu puro que lleva dentro. No hay otro viaje más asombroso.
En la época de Arturo lo habrían llamado una búsqueda, y el objetivo supremo de esa búsqueda siempre fue encontrar el Santo Grial, el símbolo más poderoso de la pureza de espíritu. Por lo tanto, para mí la alquimia y el Grial son la misma cosa.
En ambos casos hay una búsqueda profunda del aspecto eterno de la vida que trae consigo lo que todos soñamos: el amor puro, la felicidad pura, la realización pura en el espíritu. No importa si se lee primero la segunda o la tercera parte.
Cada una tiene su estilo y enfoque propios, pero ambas provienen del mundo del mago. Merlín vive en ambas y su objetivo siempre es el mismo: enseñamos a cada uno de nosotros cómo lograr la perfección a la que tiene derecho la carne.
Por último, este libro describe la aventura que nos llevará de una vida dominada por el ego y todas sus luchas, a una vida dominada por los milagros. Cada cual aprende a su propio ritmo, pero nuestra sed de milagros es tal que me gustaría estar con usted el día en que el conocimiento del mago comience a aflorar y, con él, su nueva vida.
Lo que le espera al final es nada menos que el florecimiento pleno del potencial de su espíritu. Nota: El mago, siendo un profeta, no tiene género. Es sólo la imperfección del idioma la que convierte a Merlín en un “él” (como lo hace también con los vocablos Dios, sabio, adivino y muchos otros que están más allá de lo masculino o femenino).
A falta de un término neutral, deseo aclarar que la palabra mago se refiere aquí tanto a las mujeres como a los hombres. Vale la pena reconocer que, en nuestra sociedad, han sido las mujeres quienes más pronto han acogido el retomo de lo mágico.
Etiquetas: El sendero del mago
En este libro hay veinte lecciones, cada una de ellas relatada desde el punto de vista del mago. Al comienzo de cada lección hay algunos aforismos, trozos condensados de sabiduría del mago, que ayudan a trascender la realidad ordinaria. Léalos e interiorícelos. No espere un resultado, sólo viva la experiencia.
No se esfuerce. Esforzarse es como luchar por salir de la arena movediza — sólo sirve para hundirse más. El mago interior desea hablar, y eso es algo que nos sucede a todos. Pero para hacerlo necesita la oportunidad, el espacio.
Al igual que los Koan del Zen, los aforismos proporcionan ese espacio porque modifican el punto de vista, lo cual a su vez puede desencadenar el cambio de la realidad personal. Es necesario traer la voz del mago a la vida cotidiana.
Ya cité la primera frase de la primera lección: Hay un mago dentro de cada uno de nosotros — un mago que lo ve y lo sabe todo. El resto de la lección dice así: El mago está más allá de los contrarios de luz y oscuridad, bien y mal, placer y dolor Todo lo que el mago ve tiene sus raíces en el mundo invisible. La naturaleza refleja los estados de ánimo del mago.
El cuerpo y la mente podrán dormir pero el mago vela permanentemente. El mago posee el secreto de la inmortalidad. Estas palabras habrán cumplido su propósito si producen en nosotros una ligera sacudida, la emoción de un reconocimiento. En realidad es emocionante descubrir que no somos seres limitados, sino hijos de lo milagroso.
Ésa es la verdad, la realidad profunda acerca de cada uno de nosotros que ha vivido eclipsada demasiado tiempo. He recopilado cerca de cien de esos dichos, ilustrados con historias del mundo de Merlín y Arturo. No son fragmentos de las leyendas antiguas, sino parábolas que he enmarcado en esa época. A veces la historia ilustrativa parece no concordar exactamente con los aforismos o con la lógica perfecta.
Lo he hecho deliberadamente, porque la mente lineal, con su necesidad de crear orden, no es la única que lo ha de acompañar en su viaje por el sendero del mago. Deberá andar ese camino de la mano de la imaginación, la esperanza, la creatividad y el amor. En pocas palabras, el sendero del mago es el camino del espíritu.
Pero la espiritualidad no se opone a la racionalidad; es el marco más grande dentro del cual encaja la razón, como una de muchas otras piezas. Para dirigirme a la mente lineal he incluido una sección denominada
“Para comprender la lección”, la cual sustenta los aforismos y las historias. Por último viene la sección titulada “Para vivir la lección”, la cual nos ayuda a abrimos para que la sabiduría del mago penetre en nuestra propia experiencia.
“Para vivir la lección” es la parte activa de este aprendizaje. Mis sugerencias son apenas un punto de partida, formas de encender la iniciativa de cada uno. En últimas, será nuestra propia comprensión la que cambiará nuestra realidad.
En “Para vivir la lección” hay algunos ejercicios que podrían parecer pasivos, porque la mayoría son experimentos del pensamiento. ¿Qué es un experimento del pensamiento? Es una forma de llevar la mente a nuevos lugares, de hacerla ver las cosas de manera diferente.
Los magos sabían algo profundo e importante — que si deseamos cambiar el mundo, es preciso cambiar nuestra actitud hacia él. Einstein se reclinó una vez en un sofá, cerró los ojos y vio a un hombre que viajaba a la velocidad de la luz.
Sin descartar esa curiosa imagen, comenzó a realizar varios experimentos de pensamiento, aparentemente simples elucubraciones. Sin embargo, pocos años después, las actitudes de todo el mundo científico se transformarían cuando la naturaleza misma confirmara las visiones trascendentales de Einstein. Si una fantasía en un sofá puede alterar el mundo, es porque los experimentos del pensamiento encierran un poder incalculable.
Nada se aprende realmente hasta que se vive. Una vez que la razón, la experiencia y el espíritu se unen, se abre el sendero del mago y todo está dispuesto para la alquimia. La sabiduría que llevamos dentro es como una chispa que, una vez encendida, no se extingue jamás. Para reunir esos elementos, se puede utilizar el siguiente método:
1. Siéntese en silencio durante unos momentos antes de iniciar la lectura de una lección.
2. Lea los aforismos y después tómese unos minutos para interiorizarlos. Léalos cuantas veces desee. Deje un espacio para sus propias reacciones e ideas, que suelen ser las cosas más valiosas que puede recibir.
3. Continúe leyendo el resto de la lección: la historia de Merlín y Arturo, la sección titulada “Para comprender la lección”, y la titulada “Para vivir la lección”.
4. Si en la última sección hay un ejercicio práctico — la mayoría de las veces es así — tómese unos minutos para hacerlo.
Es conveniente repetirlo durante el día para vivir toda la experiencia. Lea nuevamente cada lección tan a menudo como lo desee, una o más veces; destine un día o una semana para vivirla. En este proceso no hay cronogramas.
Mi único consejo es vivir la lección por lo menos durante un día, en lugar de tratar de absorber demasiadas lecciones a la vez. En este proceso no hay cronogramas. Mi único consejo es vivir la lección por lo menos durante un día, en lugar de tratar de absorber demasiadas lecciones a la vez.
Etiquetas: El sendero del mago
Durante treinta años he reflexionado acerca de los magos.
He visitado Glastonbury y el occidente de Inglaterra, he escalado el Tor y he visto la colina donde supuestamente descansan el rey Arturo y sus caballeros.
Pero algo más místico, la necesidad de la transformación, me hace volver nuevamente a la magia. Año tras año he sentido que nuestra época necesita de ese conocimiento más que nunca. Ahora que soy adulto, dedico mi vida profesional a hablar y escribir sobre la forma de alcanzar la libertad plena y la realización.
Pero apenas hace poco me di cuenta de que todo el tiempo he estado hablando de alquimia. Finalmente decidí que una forma interesante de abordar este tema sería a través de una de las relaciones más maravillosas que se haya registrado nunca, la que existió entre Merlín y el joven Arturo en la cueva de cristal. En este libro, la cueva se presenta como un sitio privilegiado dentro del corazón humano.
Es un refugio seguro donde hay una voz sabia que no conoce el temor, y al cual no llega la agitación del mundo exterior. En la cueva de cristal siempre ha existido y existirá un mago — lo único que hay que hacer es entrar en ella y escuchar. Hoy en día la gente vive en el mundo de los magos tanto como lo hicieron las generaciones pasadas. Joseph Campbell, el gran estudioso de la de mitología, decía que cualquier persona que espera en una esquina a que el semáforo pase a verde para cruzar la calle, en realidad está esperando entrar en el mundo de los actos heroicos y la acción mítica. Lo que sucede es que no vemos nuestra oportunidad, y cruzamos la calle sin ver la mítica espada en la roca al lado del andén.
El viaje hacia lo milagroso comienza aquí. Este es el mejor momento para comenzar. El sendero del mago no existe en el tiempo — está en todas partes y no está en ninguna parte. Nos pertenece a todos y no le pertenece a nadie. Así, éste es sólo un libro acerca de cómo recuperar lo que ya es nuestro. Como dice la primera frase de la primera lección: Hay un mago dentro de cada uno de nosotros un mago que lo ve y lo sabe todo. Ésta es la única frase del libro que se debe aceptar como un acto de fe. Una vez que descubramos nuestro mago interior, la enseñanza vendrá por sí sola.
Durante muchos años, este tipo de aprendizaje espontáneo ha sido el centro de mi vida diaria: observar y esperar a oír lo que mi gula interior tiene que decir. No existe otra forma de aprendizaje más fascinante. He oído la voz de Merlín en el sonido de una risa en el aeropuerto, en el susurro de los árboles al caminar hacia la playa, y hasta en la televisión. Una estación de autobuses puede convertirse en la cueva de cristal cuando se tiene la llave. ¿Por qué necesitamos seguir el sendero del mago?
Para elevamos sobre lo ordinario y lo confuso, y encontrar la clase de trascendencia que solemos relegar al campo de lo mítico, pero que en realidad tenemos a mano, aquí y ahora. Estar vivos significa ganamos el derecho a decir lo que deseamos decir, a ser lo que deseamos ser, y a hacer lo que queremos. Camelot era el símbolo de esta forma de libertad. Por eso volvemos nuestros ojos sobre ese sitio mágico con nostalgia y admiración. La vida ha sido difícil desde entonces. Una vez, un discípulo preguntó a su maestro: “¿Por qué siento esta opresión tan grande, como si quisiera gritar?”
El maestro lo miró y le dijo: “Porque todo el mundo se siente igual”. Todos nosotros deseamos crecer en amor y creatividad, explorar nuestra naturaleza espiritual, pero muchas veces erramos el objetivo. Nos encerramos en nuestra propia cárcel. Sin embargo, hay quienes han roto el encierro que comprime la vida. Rumi, el poeta persa, decía: “Somos espíritu incondicionado atrapado por las condiciones, como el Sol en un eclipse”.
Ésa es la voz de un mago que no creía que los seres humanos viviésemos limitados en el tiempo y el espacio. Sólo estamos eclipsados temporalmente. El propósito de aprender de un mago es encontrar al mago que llevamos dentro. Una vez hallado el guía interior, nos habremos encontrado a nosotros mismos. El yo es el Sol de resplandor permanente que, aunque eclipsado, cuando se despejan las sombras se muestra en toda su gloria.
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La gente se pregunta por qué, habiendo nacido en la India, me siento tan atraído por los magos. Mi respuesta es la siguiente: en la India todavía creemos que los magos existen.
¿Qué es un mago? No es sencillamente alguien que puede hacer magia, sino alguien capaz de transformar. Un mago puede convertir el temor en alegría, la frustración en realización. Un mago puede convertir lo temporal en eterno.
Un mago puede llevarnos más allá de nuestras limitaciones hacia lo ilimitado. Cuando era niño y vivía en la India, sabía que todo eso era cierto. A veces llegaban a nuestra casa ancianos de túnicas blancas y sandalias, y hasta para un muchacho asombrado por la vida, parecían criaturas muy especiales.
Estaban completamente en paz; de ellos emanaban la alegría y el amor; parecían no inmutarse ante los altos y bajos de la vida cotidiana. Los llamábamos gurús o consejeros espirituales. Pero tardé mucho tiempo en darme cuenta de que gurú y mago es lo mismo.
Todas las sociedades tienen sus maestros, clarividentes y sanadores; gurú era sólo nuestro vocablo para designar a los poseedores de la sabiduría espiritual. En Occidente, se considera que los magos son principalmente hechiceros que practican la alquimia para convertir un metal inferior en oro.
En la India también existe la alquimia (de hecho fue allí donde se inventó), pero la palabra alquimia es en realidad una clave. Significa convertir a los seres humanos en oro, convertir nuestras cualidades inferiores de temor, ignorancia, odio y vergüenza en lo más precioso: el amor y la realización.
Por tanto, un maestro que nos pueda enseñar a convertimos en seres libres llenos de amor es, por definición, un alquimista — y siempre lo ha sido. Cuando ingresé a la escuela secundaria en Nueva Delhi, ya sabía mucho acerca de Merlín, el famoso mago de la leyenda inglesa del rey Arturo.
Como a todo el mundo, también a mi me hechizó desde el primer momento. No tardé mucho en descubrir todo su mundo. En mi cabeza resuenan todavía decenas de versos del poema épico de Tennyson, Idilios del rey, los cuales tuvimos que memorizar durante aquellos largos y calurosos días escolares.
En aquella época devoré toda la literatura que logré encontrar sobre el rey Arturo. No me parecía raro saberlo todo acerca de Camelot, ese sitio de campos verdes y temperaturas clementes, aunque yo viviera bajo el sol ardiente del trópico; o que deseara cabalgar como Lancelot, aunque me hubiese sofocado bajo la armadura; o que la cueva de cristal de Merlín existiera en realidad, a pesar de que todos los autores que leía me aseguraran que los magos no existían.
Yo sabía que no era así, porque era un muchacho hindú y había conocido personalmente a los magos.
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“Es difícil pensar que pueda haber una etapa superior de la vida”, dijo Galahad al cabo de un momento, profundamente conmovido por la descripción del vidente. “Ten cuidado con esa palabra superior”, le advirtió Merlín.
“El ego es el que tiene necesidad de lo superior y lo inferior. La meta de tu vida es la libertad y la realización. A la realización se llega únicamente al conocer a Dios tan completamente como Él se conoce a Sí mismo.
Ustedes los mortales tienen una sed constante de milagros, pero yo les digo que el milagro más grande son ustedes, porque Dios les ha dotado de esa capacidad única de identificarse con Su naturaleza. Una rosa perfecta no siente que es una rosa; un ser humano realizado sabe lo que significa ser divino”.
“¿Es posible describir ese estado?”, preguntó Percival. “Es el séptimo y último paso de la alquimia, el espíritu puro. Cuando llega, el vidente se da cuenta que lo que parecen ser la dicha y la realización totales todavía pueden ampliarse. Porque llegar a la presencia de Dios no es el final de la aventura sino el principio. Comenzaron en la inocencia, y así terminarán.
Pero esta vez la inocencia es diferente porque habrán adquirido el conocimiento pleno, mientras que cuando eran bebés, la inocencia era apenas un sentimiento. “Cuando puedan verse como espíritu, dejarán de identificares con este cuerpo y esta mente. Al mismo tiempo cesarán también los conceptos de nacimiento y muerte. Serán una célula en el cuerpo del universo, y ese cuerpo cósmico será tan íntimo como lo es ahora su cuerpo físico.
Esto es lo más que puedo decirles acerca de la manera como se siente el mago, porque mago es sólo otra palabra para describir la séptima etapa. “Comprendan esto: para el mago, el nacimiento no es otra cosa que la idea de tener un cuerpo, mientras que la muerte es apenas la idea de no tener ya ese cuerpo. Puesto que los magos no están sujetos a la ilusión del nacimiento, cualquier cuerpo que asumen es considerado un patrón de energía y cualquier mente un patrón de información.
Estos patrones cambian eternamente; van y vienen. Pero el mago mismo está más allá del cambio. La mente y el cuerpo son como habitaciones en las que decide vivir, pero no todo el tiempo. “No hay sentimiento o pensamiento que pueda aproximar este estado o traerlo hasta ustedes. El espíritu nace del silencio puro.
El diálogo interno de la mente debe cesar y no reiniciarse nunca, porque ya no existe aquello que dio lugar al diálogo interno: la fragmentación del ser. Su ser estará unificado y, así como el bebé del principio, no sentirán duda, vergüenza o culpa. De la necesidad de dualidad del ego brotó un mundo de bien y mal, correcto e incorrecto, luz y sombra.
Ahora verán que los contrarios están fusionados. Ése es el punto de vista de Dios, porque a donde quiera que mira se ve a Sí mismo. “Si creen que esta meta es demasiado elevada o se encuentra demasiado lejos, les diré un secreto. Aunque crean que pasan por los siete pasos de la alquimia, todos estaban presentes desde el comienzo. En la inocencia estaba la totalidad de Dios, como lo está también en el ego, en el afán de realizar, en el dar o en la búsqueda. Lo único que cambia realmente es el foco de atención.
En su ser están todos los aspectos del universo, tan completos y eternos como el universo mismo. Pero aun así, el nacimiento al espíritu es un suceso tremendo. A medida que madure la unidad, se familiarizarán cada vez más con la divinidad, hasta que finalmente podrán experimentar a Dios como un ser infinito que se mueve a velocidad infinita a través de dimensiones infinitas. Cuando llegue esa experiencia sobrecogedora, parecerá tan natural y simple como estar sentados aquí bajo las estrellas y, no obstante, ustedes serán cada una de esas estrellas titilantes”. Como suele suceder cuando los magos hablan, los dos caballeros se sintieron transportados al estado que Merlín les estaba describiendo.
Galahad alzó los ojos al cielo y sintió como si súbitamente pudiera tocar las estrellas. Sintió el corazón invadido por una sensación de pertenecer verdaderamente al mundo. “Hemos llegado al hogar”, susurró para sí mismo Percival. “No se sientan abrumados”, murmuró Merlín. “Sus sentimientos son muy intensos porque son nuevos.
En realidad, éste es su estado natural. Ser uno con el cosmos, estar íntimamente ligados con la vida en todas sus formas, llegar a la unidad última con su propio Ser — ése es su destino, el final de su búsqueda”. “Al final llegaremos al principio”, murmuró Galahad. “Sí”, dijo Merlín. “Cada uno de ustedes comienza con el amor, pasa por la lucha, la pasión y el sufrimiento, sólo para terminar nuevamente en el amor”. La voz de Merlín se fue haciendo más suave a medida que el círculo de luz se iba desvaneciendo. “Ustedes los mortales tienen sed de milagros, les digo, y nada se les negará como hijos privilegiados del universo que son.
El espíritu es el estado de lo milagroso, el cual se desenvolverá para ustedes en tres etapas: “Primero, experimentarán milagros en el estado conocido como consciencia cósmica. Cada suceso material tendrá una causa espiritual. Cada acontecimiento local también estará teniendo lugar en el escenario del universo. Su más pequeño deseo hará que las fuerzas cósmicas operen para provocar su realización.
Por maravilloso que eso parezca, no es un estado tan avanzado, porque mucho antes de llegar a la consciencia cósmica se habrán acostumbrado a que sus deseos se hagan realidad espontáneamente. “Segundo, realizarán milagros en el estado denominado consciencia divina. Es el estado de la creatividad pura en el cual se funden con el poder de Dios, por el cual Él crea mundos y todo lo que sucede en ellos.
Ese poder no se deriva de nada que haga Dios — es simplemente Su luz de consciencia. Verán la consciencia divina como un resplador de oro que brilla a través de todo lo que sus ojos contemplen. El mundo se ilumina desde adentro y no quedan dudas que la materia es simplemente el espíritu manifiesto. En la consciencia divina se verán a sí mismos como lo creado, no el creador, como el dador de vida, no el receptor.
“Tercero, se convertirán en el milagro, en el estado denominado consciencia de la unidad. Ahora cualquier diferencia entre el creador y lo creado ha desaparecido. Su espíritu se fusiona con el espíritu de todo lo demás. Su retorno a la inocencia lo abarca todo porque, al igual que el bebé que toca la pared o la cuna y solamente se siente a sí mismo, verán cada acción como espíritu volcándonse en el espíritu. Vivirán en total sabiduría y confianza. Y aunque parecerá que todavía viven dentro de un cuerpo, éste será solamente un grano de Ser en las playas de ese océano infinito de Ser que son ustedes”.
Los caballeros no tenían idea de cuánto tiempo había transcurrido desde que Merlín comenzara a hablar. Se sentían elevados a un espacio donde las esferas de Ser se abrían una tras otra como los pétalos de una flor. Y cuando la última se abrió pudieron ver en su interior un diamante casi translúcido rotando en el centro. “¿Qué es eso?”, quiso saber Galahad, pero no se atrevió a preguntar. “He ahí el Grial”, susurró Merlín.
“El desarrollo de su búsqueda los ha llevado hasta una visión de la meta — el punto de luz pura, la esencia diamantina que alumbra dentro de su alma”. Los dos caballeros se arrodillaron en el suelo gélido y oraron en sus corazones por la gracia de merecer la visión. “Vivan con devoción este momento”, dijo Merlín. “Los he traído hasta aquí motivado por su deseo más profundo, pero ahora deberán conquistar ustedes mismos el verdadero Grial, no solamente su visión”. “¿El verdadero Grial?”, murmuró Percival.
“¿Qué debemos buscar? ¿Esta misma imagen?” “No esperen, no tengan expectativas”, advirtió Merlín a medida que se desvanecía la visión del Grial. “El hombre busca símbolos, y los símbolos cambian de una era a otra. Pero lo que les he mostrado no es un símbolo sino la verdad. El Grial es el punto cristalino del Ser dentro de sus corazones. Sus facetas reflejan la luz, y a partir de esos tenues reflejos surgen todas las facultades de la mente y el cuerpo que ustedes perciben a través de sus sentidos.
Como reflejos son reales, pero mucho más real es este diamante transparente de Ser puro. De pronto, Merlín bostezó echando la cabeza hacia atrás como si fuera la sensación más deliciosa del mundo. Estiró los brazos y se puso de pie.
La oscuridad era casi total después de extinguirse el fuego, pero Percival y Galahad podían sentir los ojos de Merlín fijos en ellos. Les dijo: “Un día recordarán esta noche y preguntarán: ‘¿Quién eres tú, Merlín?’ Desde más allá de los confines del tiempo, les responderé de este manera: Soy aquel que no necesita de milagros. Soy un mago y, para mí, estar aquí es suficiente milagro. ¿Qué podría ser más milagroso que la vida misma?”
El anciano desapareció con el último resplandor del fuego. Percival y Galahad permanecieron inmóviles, sin decir palabra. Estaban aún bajo el hechizo del discurso de Merlín, pero a medida que éste se desvanecía, temblaron lamentando su regreso a la tierra. Al caer el alba echaron a andar hacia el castillo. A la luz del nacimiento dorado del Sol, Percival vio al rey Arturo parado en la ventana de su recámara real; tenía su mirada fija en ellos.
“¿Crees que debamos contarle esto?”, preguntó Percival, señalando hacia el castillo. Galahad sacudió la cabeza. “Estoy seguro de que el rey sabe lo sucedido; tuvo que haberle pasado a él o, de lo contrario ¿por qué su renuencia a hablar del Grial? Pero te diré esto, hermano caballero. Desearía que Arturo comprendiera que estamos con él en la misma búsqueda que propone Merlín. Acordemos llamar a esta noche la noche de la cueva de cristal. El rey sabrá lo que queremos decir”. Y aunque no habían estado en cueva alguna sino bajo el manto del firmamento estrellado, Percival estuvo de acuerdo inmediatamente.
FIN
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“Les dije”, continuó Merlín, “que la motivación del buscador era poder ver, y eso es algo que llega pronto.
El sexto paso, el nacimiento del vidente, está justo debajo de la superficie de todo buscador. La búsqueda no entraña satisfacción en sí misma; la vida sería estéril y frustrante si todos tuvieran que buscar sin encontrar nada. Por fortuna, en el plan divino todas las preguntas traen sus respuestas, todas las metas acaban por encontrarse en su fuente. Una vez que se pregunten verdaderamente dónde está Dios, verán la respuesta.
“No quisiera engañarlos con esto. El nacimiento del vidente es tan revolucionario como cualquiera de los pasos anteriores. Marca el final del ego, el final de toda identificación externa. Imaginen sus vidas como un cuadro en movimiento proyectado sobre una tela blanca. Mientras están dominados por el ego, ustedes fijan su atención en las figuras en movimiento, las cuales ven como reales. Cuando aparece en escena el buscador, comienzan a percibir la irrealidad de las figuras. Pero con el nacimiento del vidente, se dan la vuelta para mirar la luz.
Ahora ven la imagen de ustedes mismos como realmente es: una proyección débil hecha real por la aguda necesidad del ego de dar importancia a la mente y el cuerpo atrapados en el tiempo. “El vidente ve más allá de esa motivación y ya no le cree. En lugar de verse a sí mismo como un hogar de carne y hueso para el espíritu — un fantasma dentro de una máquina —‘ se da cuenta de que todo es espíritu. El cuerpo es espíritu entretejido en una forma que los sentidos pueden ver, sentir y oler; la mente es espíritu en una forma que se puede oír y comprender. El espíritu mismo, en su forma pura, no es ninguna de estas dos y se percibe únicamente a través de una intuición agudizada.
Han oído la frase: ‘Quienes Lo conocen no hablan de Él; quienes hablan de Él no Lo conocen’. Ése es el misterio del espíritu”. “Pero, ¿acaso no estás hablando de Él ahora mismo?”, inquirió Galahad, confundido. “No en la forma como ustedes creen. Cuando hablo de una piedra, ustedes la pueden ver y tocar. Cuando hablo del espíritu, estoy apuntando a un mundo invisible. Desde ese mundo vuelan hacia nosotros flechas de luz para encender nuestras almas, pero no podemos devolver flechas de pensamiento”. “Eso suena muy misterioso”, murmuró Percival. “Una rosa sería misteriosa si solamente pudieran pensar en ella sin experimentarla jamás. El espíritu es una experiencia directa, pero trasciende este mundo.
Es silencio puro que desborda potencial infinito. Cuando ustedes adquieren conocimiento sobre algo, adquieren conocimiento sobre una cosa; cuando adquieren conocimiento sobre el espíritu, se convierten en la sabiduría misma. Todos los interrogantes desaparecen porque se encuentran en el seno mismo de la realidad, donde todo sencillamente es. Cuando la mirada del buscador cae sobre algo, sencillamente lo acepta como es, sin juzgar. No existe la necesidad del ego de tomar, o poseer o destruir. Ante la ausencia del temor, esas motivaciones no se presentan porque la necesidad de poseer emana de la carencia.
Cuando no hay carencias para llenar, el simple hecho de estar aquí en este mundo, en su cuerpo, es la meta espiritual más elevada que podrían alcanzar”. Esta parte del discurso de Merlín tuvo un impacto grande en Percival y Galahad. Habían seguido con atención los primeros pasos, pero el ego, el realizador y el dador ya les eran conocidos. Cuando el mago les habló del buscador, los dos caballeros se vieron a sí mismos como eran en ese momento. Sin embargo, el vidente los llenó de sobrecogimiento, como si fueran exploradores que alcanzaban la cima de una montaña y miraban un nuevo horizonte anhelado de tiempo atrás pero nunca antes experimentado.
“Deseo ser ese vidente del que hablas”, dijo fervientemente Galahad. Merlín asintió. “Eso significa que estás listo. Para el mago hay solamente tres clases de personas: las que aún no han experimentado el Ser puro, las que ya lo han probado, y las que lo han explorado completamente. Tú ya has probado y deseas explorar. Para ti, este mundo comenzará a desaparecer como algo sólido para fundirse en la luz abrasadora de Ser. En una tierra lejana llamada India, dicen que la vida comente palidece ante Dios, como una vela que parecía brillante en la oscuridad pero se torna invisible ante el Sol del medio día”. Merlín se dirigió entonces a Percival. “Y a ti también te incluyo en esta etapa, sin importar la manera como crees que te juzgué”. Percival se sonrojó y luego tartamudeó: “¿Cómo será esa nueva vida?”
“Como siempre, se sentirá como un nuevo nacimiento. El vidente se diferencia del buscador en que ya no tiene que tomar decisiones y escoger. El buscador todavía está inmerso en la ilusión en la medida en que va por ahí diciendo: ‘Aquí está Dios, aquí no está Dios’. El vidente, por su parte, ve a Dios en la vida misma. La larga lucha interior ha terminado por fin y el guerrero puede dejar atrás sus fatigas. En lugar de la lucha experimenta que todos sus deseos se cumplen con naturalidad y sin esfuerzo.
No hay señales externas que nos permitan reconocer a los videntes, pero en su interior ellos se sienten abiertos y a gusto; permiten que los demás sean como son, lo cual es la forma más elevada del amor; no les ponen obstáculos a los demás y tampoco a los acontecimientos, y han renunciado a todo sentido del ‘Yo”’.
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“Durante mucho tiempo, el ego ha hecho lo que ha querido”, continuó Merlín. “La pregunta ¿Qué es lo mejor para mí? ha predominado por encima de todas las consideraciones; el estrecho punto de vista individual ha sido el único con visos reales. Eso es apenas natural.
Como dije, este mundo relativo tiene un propósito, a saber: enseñarles a convertirse en individuos. Pero la individualidad con el tiempo comienza a abrirse y a ampliar sus horizontes. Podríamos predecir que, dado el libre albedrío, los seres humanos se limitarían a regodearse en un egoísmo cada vez mayor.
Si el ego implacable y controlador tuviera la última palabra, quizás ése sería el desatino de los hombres; pero la alquimia funciona invisiblemente, en los pasajes recónditos del alma. “Con el tiempo, el dador da el siguiente paso para convertirse en buscador. En esta fase, las preocupaciones tradicionales y conocidas del ego se dejan de lado.
El sentido del ‘yo’ comienza a crecer. Ahora la persona ansía tener experiencias espirituales, y percibe una fuente de amor y realización que ni siquiera el amor más intenso de otra persona le puede dar. Nuevamente, este giro produce un choque.
En su mejor versión, el dador es un filántropo. Comenzó dando solamente a su familia y amigos, luego a las obras de caridad y a la comunidad, pero al final su espíritu de dar sólo se puede satisfacer cuando beneficia a toda la humanidad.
“Pero, ¿realmente puede uno dar algo de uno mismo a todos los seres del mundo? Esta pregunta nos trae al límite de la individualidad; es una pregunta que sólo un santo puede responder. Por lo tanto, es natural que la etapa de dar genere preguntas que no se pueden responder, preparando así el terreno para un nuevo nacimiento.
El dador que deseaba abrazar al mundo descubre que éste ya no es fuente de realización. Las cosas que una vez le produjeron placer comienzan a parecer sosas; en particular, la necesidad del ego de recibir aprobación y de sentirse importante ya no engendra satisfacción. Surge la sed de ver el rostro de Dios, de vivir en la luz, de explorar el silencio de la consciencia pura — el impulso del buscador puede asumir muchas formas.
“Sin embargo, todos los buscadores comparten el sentimiento de que el mundo material no es quizás el sitio donde pueden realizar sus deseos. ¿Por qué sucede esto? ¿Acaso no está Dios en todas partes, no está el espíritu en el grano más pequeño de arena? Sí y no. Dios puede estar en todas partes, pero eso de nada sirve si no se puede ver dónde está. El buscador busca a fin de ver”. “Creo que ésta es la etapa en la cual comienza la búsqueda del Grial”, dijo Galahad. “En efecto, para algunos mortales ésta es la etapa en la cual el Grial se vuelve el símbolo de una necesidad interior profunda”, replicó Merlín,
“pero cada etapa ha sido una búsqueda, hasta la pérdida de la inocencia. Ustedes los mortales están obsesionados con dividir la realidad en bueno y malo, santo y pecaminoso, divino y no divino, cuando en realidad la vida es una corriente divina. Un solo impulso, el impulso de poseer el conocimiento completo y la realización completa, es el que empuja la vida hacia adelante. “Pero tienes razón en un sentido.
Con el nacimiento del buscador podemos dar por primera vez un nombre a un deseo que ha permanecido anónimo hasta ahora. Trátese de Dios, el Grial, un Ser divino o un espíritu, no importa. Todos apuntan hacia una nueva necesidad profunda de escapar de los límites impuestos por el tiempo y el espacio. La esencia del ser humano no tiene fronteras. Ustedes nacieron a una vida universal.
El mundo parece estar limitado por el tiempo y el espacio, pero eso es sólo apariencia”. “¿Por qué debemos dejarnos engañar por las apariencias?” preguntó Percival. “El universo no les oculta nada”, replicó Merlín. “No hay engaño. La apariencia de limitación se produce porque este mundo es una escuela o campo de entrenamiento.
Y la regla fundamental aquí es que tal como se vean a ustedes mismos, así verán al mundo. Si ustedes se consideran inferiores o indignos, ese solo juicio mantendrá a Dios apartado de ustedes. Podrán decir que desean a Dios, pero al mismo tiempo mantendrán esos juicios en su contra”. “Entonces Dios permanece alejado”, musitó Galahad con tristeza. “Y la búsqueda del Grial no termina jamás. Merlín lo miró con simpatía.
“El espíritu no podría mantenerse apartado aunque ustedes lo desearan, porque todo es espíritu. No hay sitios secretos donde él no habite. En lo que a Él concierne, no hay nada de malo en ustedes.
“Déjenme hablarles más acerca del buscador, porque ésta es la etapa de la alquimia que atrae al mago hacia ustedes y también es la etapa para la cual los mortales están menos preparados. Desde que eran lactantes, ustedes han deseado cada vez más cosas. El buscador es simplemente aquel cuyos deseos se han ampliado hasta el punto de no estar satisfecho sino hasta que se encuentre frente a frente con Dios.
Este deseo no es más ‘elevado’ que el de querer Juguetes o dinero o fama o amor. Los juguetes, el dinero, la fama y el amor eran el rostro de Dios cuando eran lo más importante para ustedes. Cualquier cosa que en su opinión pueda traerles la paz y la realización es su versión de Dios. Sin embargo, a medida que maduran de una fase a la otra, se acercan más a la verdadera meta; su imagen de Dios se hace cada vez más verdadera, más cercana a su naturaleza de espíritu puro. Pero en cada paso hay divinidad”. “¿Estás diciendo que cualquiera que desee robar o asesinar está siguiendo un impulso divino?
Después de todo, esos también son deseos”, anotó Percival. “El amor es universal y, por lo tanto, no toma partido”, replicó Merlín. “Es probable que al ego no le agrade este hecho y diga, ‘Merezco el amor de Dios pero esa persona que está allá no’. Dios no ve las cosas así. El ladrón provoca la pérdida de los bienes; el asesino provoca la pérdida de la vida. Mientras esas pérdidas sean reales para ustedes, entonces obviamente condenarán a la persona responsable de causarlas. Pero, ¿acaso el tiempo mismo no acabará por desposeerlos de sus bienes y de la vida al final? ¿También el tiempo es un delincuente?
Hay un punto de vista desde el cual el pecado es una ilusión. Nada de lo que ustedes llaman pecado puede mancillar en lo más mínimo el amor de Dios”. “¿Obtienen automáticamente los buscadores las visiones y experiencias que desean?”, preguntó Galahad. “Cada cual recibe la versión de lo divino que concibe en su mente. Algunos ven a Dios en visiones, otros en una flor. Hay muchas clases de buscadores. Algunos necesitan actos milagrosos de intervención y redención, otros siguen una fuerza invisible que habla a través de los sucesos más corrientes. El buscador sencillamente está motivado por la sed de una realidad superior. Eso no significa que la etapa anterior de dar desaparezca.
Pero ahora el dar sucede sin motivación egoísta, ahora brota de la compasión. “Por primera vez se pone en tela de juicio la opinión de que el ego es todopoderoso y lo sabe todo. Por lo tanto, el nacimiento del buscador puede ser tremendamente turbulento. Imagínense como un coche tirado por caballos. Durante la mayor parte del tiempo no hay cochero y los caballos han llegado a creerse dueños del coche. Entonces llega el día en que una voz suave, salida del interior del coche, susurra: ‘Deténganse’. Al principio, los caballos no oyen la voz, pero esta repite: ‘Deténganse’. Sin poder dar crédito a sus oídos, los caballos galopan con mayor velocidad, sólo para demostrar que no tienen amo.
La voz interior no utiliza la fuerza; no protesta. Solamente continúa repitiendo: ‘Deténganse’. “Eso es lo que sucede dentro de ustedes. El coche es su yo, los caballos son el ego, la voz que sale de adentro es el espíritu. Cuando el espíritu se anuncia en escena, al principio el ego no escucha porque está seguro de su poder absoluto. Pero el espíritu no emplea el tipo de poder al cual está acostumbrado el ego. El ego está habituado a rechazar, a juzgar, a separar y a tomar lo que considera que le pertenece.
El espíritu es sencillamente la voz suave del Ser, afirmando lo que es. Con el nacimiento del buscador, ésa es la voz que comienza a dejarse oír. Pero deben estar preparados para la reacción violenta del ego, el cual no está dispuesto a renunciar a su poder sin dar batalla”. “¿Cómo puede terminar esa batalla si el espíritu no tiene poder?”, preguntó Percival. “Dije que el espíritu no utiliza el poder al cual está acostumbrado el ego.
Con el tiempo aprenderás que el espíritu no es otra cosa que poder, un poder de infinito alcance. Es un poder organizador que mantiene en perfecto equilibrio a todos y cada uno de los átomos del universo. Comparado con él, el poder del ego es absurdamente limitado y trivial. Sin embargo, este conocimiento llega únicamente tras renunciar a la necesidad del ego de controlar, predecir y defender. Su poder se limita a esas tres cosas. Si su ego pudiese renunciar a ellas de una vez, no habría necesidad de pasos ulteriores en el camino del crecimiento; el nacimiento del buscador sería suficiente. “Pero las cosas no suceden así.
La voz del espíritu anuncia que hay una realidad superior. Ascender a ella es otra cuestión”. “Yo creo que los buscadores deben ser escasos, considerando cuán dura es la lucha”, dijo Galahad. “Muchos deben fracasar y perder la esperanza. ¿Es esa la razón por la cual nacen tan pocas personas destinadas a alcanzar el Grial?” “Todos nacen para alcanzar el Grial”, le recordó Merlín. “La razón por la cual los buscadores parecen escasos es principalmente cuestión de apariencias sociales. La búsqueda es una experiencia completamente interior. No es posible saber quién busca y quién no busca, con sólo mirar las señales externas.
La sociedad no otorga distinciones o premios especiales al buscador; éste puede retirarse y dejar atrás a la sociedad, o puede continuar ocupando una posición distinguida”. “¿Cómo puede una persona reconocerse como buscadora?” preguntó Percival. “Las marcas internas del buscador son las siguientes: el impulso de dar brota de un amor desinteresado y de la compasión, sin desear nada a cambio, ni siquiera gratitud; la intuición se convierte en una guía digna de confianza para la acción, reemplazando a la racionalidad pura; se vislumbra un mundo nunca visto como la realidad superior; aparecen insinuaciones de Dios y de inmortalidad.
Estas señales llegan acompañadas de un goce mayor de la soledad, de una mayor confianza en uno mismo independientemente de la aprobación de la sociedad, de indicios del Ser y de la disposición a confiar. Los patrones adictivos comienzan a desaparecer. La meditación y la oración se vuelven parte de la vida cotidiana. Sin embargo, a medida que todas esas manifestaciones alejan a la persona del mundo material, ésta comienza a encontrar, paradójicamente, una conexión más profunda con la naturaleza, más comodidad con su cuerpo y mayor aceptación de los demás.
Esto se debe a que el espíritu no es el contrario de la materia. El espíritu lo es todo y la aparición de éste en su vida mejorará las cosas, incluso aquéllas que parecen contrarias”. El espíritu lo es todo y la aparición de éste en su vida mejorará las cosas, incluso aquéllas que parecen contrarias”.
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“Con el tiempo, el ego se encuentra con una nueva noción”, agregó Merlín. “Que la felicidad no está solamente en tomar, sino también en dar.
El descubrimiento es trascendental, porque libera al ego de muchos tipos de temor. Del temor al aislamiento, al cual conduce necesariamente el egoísmo total. Del temor a perder, el cual surge porque es imposible aferrarse a todo para siempre.
Del temor a los enemigos, que desean despojarlo. “Al convertirse en dador, el ego no tiene por qué vivir con esos temores, por lo menos no en la misma medida que anotes. Ha resuelto un problema persistente. Pero hay algo más profundo que está en funcionamiento al mismo tiempo. El dar conecta a dos personas, al dador y al receptor.
De esta conexión brota un nuevo sentido de pertenencia, no la pertenencia pasiva del bebé que pertenece automáticamente a la madre, sino la pertenencia activa de alguien que ha aprendido a crear felicidad. “Dar es crear. También modifica completamente la perspectiva del ego. Antes de nacer el dador, lo más importante era protegerse contra la pérdida.
Eso significaba la pérdida del dinero y las posesiones, pero también de la imagen de sí mismo, de su importancia. Ahora la persona se desprende libremente de algo, pero no lo siente como una pérdida. El ego, por el contrario, siente placer. Y qué asombroso, porque el placer de tomar nunca fue como este nuevo placer”. Galahad estaba pensativo.
“El amor ha entrado en el corazón. De ahí la diferencia”. “Sí”, dijo Merlín. “Mientras el ego persigue su interés egoísta, no siente amor. Puede sentir un placer intenso o satisfacción propia o apego. En ocasiones se les llama amor a esos sentimientos, pero la verdadera naturaleza del amor es desprendida y se necesita un acto de desprendimiento para sacar a flote el amor. El dar no se limita a dar dinero o cosas a otra persona. También está el servicio, el darse uno mismo y la devoción, el acto de dar amor en su forma pura.
“Por todas estas razones, el nacimiento del dador se siente como algo fresco y liberador. Aunque el ego continúa dominando, ha comenzado a mirar afuera de sí mismo. La mayoría de las personas aprenden el placer de dar en la infancia; la mayoría de los padres enseñan a sus hijos a compartir con otros niños. Sin embargo, el verdadero nacimiento del dador se produce mucho más tarde. Mientras la persona dé porque así se lo han pedido o porque cree que es lo correcto, no sentirá el placer profundo de dar.
El dar debe ser espontáneo, nacido de la noción de que ‘Esto es lo que deseo hacer’, y no ‘Esto es lo que debo hacer’. “¿Es señal de que el ego está muriendo cuando comenzamos a dar?”, preguntó Percival. Merlín arrugó el ceño. “En la alquimia no hay muerte. No hay necesidad de que nada muera para llegar al Grial. Esta vieja noción de la muerte del ego parte del supuesto de que Dios juzga negativamente algunas de las cosas del ser humano”. “Pero acabas de decir que el ego es controlador e implacable”, objetó Percival.
“¿Es eso parte del plan de Dios para nosotros?” “El plan de Dios es que ustedes se encuentren a ustedes mismos”, dijo Merlín. “No están destinados a llegar simplemente a una meta fija. Si desean explorar cómo es el egoísmo, o la ignorancia, o el instinto asesino o la carencia total de fe, Dios permite todas esas experiencias. ¿Por qué no habría de hacerlo? Puesto que no son juzgados, ninguna de sus actuaciones es buena o mala a los ojos de Dios”. “Pero eso es espantoso”, dijo Galahad.
“¿Estás diciendo que un asesino y un santo son iguales?” “Son iguales si el pecador y el santo son sólo máscaras tras las cuales se ocultan las personas”, replicó Merlín. “El santo en esta vida puede ser el pecador en otra, y quien peca hoy puede estar aprendiendo a ser un santo mañana. Todos esos papeles son ilusiones a los ojos de Dios. No estoy diciendo que deban obligarse a ver las cosas de esta forma. Pero me solicitaron orientación y estoy aquí para mostrarles lo que les espera en el camino”.
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“Una vez que ustedes los mortales tienen ego”, continuó Merlín, “tienen un mundo ‘allá afuera’ y surge una nueva tendencia: la necesidad de salir al mundo y realizar cosas.
Las pnmeras señales de este cambio son primitivas. El bebé desea agarrar y sostener las cosas; desea explorar por sí solo, pero siempre asegurándose de que su madre esté cerca. No tarda en querer caminar y comienza a protestar si la madre no se lo permite.
Este deseo de escapar y andar es tímido al principio. Pero con el tiempo, el mismo bebé que anhelaba estar protegido en el regazo de la madre, grita para que lo suelten. Éste es un instinto sano, porque el ego sabe que lo desconocido es la fuente del temor. Si el bebé no se desprendiera para conquistar el mundo, crecería temiéndole cada vez más.
“Cada vez nos apartamos más de la sensación de paz, unidad y confianza con la cual nacieron. El ego comienza a dominar al espíritu. Cuando el bebé entra dentro de sí para sentir lo que hay allí, ya no encuentra consciencia pura sino un remolino de recuerdos.
Las experiencias se tornan personales y no vuelven a ser compartidas nunca más. “Otra historia triste”, se lamentó Percival. “Así sería si terminara ahí”, dijo Merlín. “Pero el nacimiento del realizador les trajo confianza y un sentido de individualidad. Este mundo de objetos y sucesos tiene como fin una sola cosa: convertirlos en individuos.
Para eso se necesita el ego, por lo menos para el camino que ustedes los mortales han escogido”. “No todos son realizadores. ¿Es este un paso necesario?”, preguntó Galahad. “No todo el mundo adora el éxito o se identifica con el dinero, el trabajo o la posición”, dijo Merlín. “Pero el impulso del realizador es más simple, más elemental. Es la marca del ego en acción, demostrándose a sí mismo que la separación es tolerable.
En efecto, el nacimiento del realizador hace que este mundo sea alegre, lleno de cosas para hacer y aprender. En algunas personas, el realizador dura mucho tiempo. La sed de fama y fortuna se imponen sobre el verdadero propósito de la búsqueda. Pero Dios permite el libre albedrío total y si la persona decide que el mundo de ‘allá afuera’ es más importante que ella misma, lo más natural es que sienta la necesidad de alcanzar la fama y la fortuna.
“A los ojos del mago el ego no ofrece posibilidad alguna de realización. Es controlador e implacable. ‘Escúchame’, dice, y toma todo lo que puedas para ti mismo. Así encontrarás la felicidad’. Todos ustedes los mortales siguen ese consejo durante un tiempo. Y tampoco hay nada de malo en ello desde el punto de vista de Dios, porque Su confianza en el libre albedrío es el camino más acertado. “Prácticamente no tengo que decirles que ese tercer paso permanece con ustedes, porque mientras haya ego, estará presente el realizador.
El realizador jamás colma su apetito. Después de todo, no hay límite a las experiencias que se pueden amasar; el mundo es infinito en su diversidad. Pero a medida que el ego crece, sofoca el espíritu bajo capas de cosas — dinero, poder, imagen — hasta que una voz pequeñita comienza a preguntar: ‘¿Dónde está el amor? ¿Dónde está el ser?’ En ese momento está cerca el cuarto paso, otro nacimiento más”.
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“El siguiente paso”, prosiguió Merlín, “anuncia la entrada en escena del ego, el sentido del ‘yo’. Para que haya un ‘yo’ también debe existir un ‘tú’ o un ‘aquello’. El nacimiento del ego es el nacimiento de la dualidad. Marca el principio de los contrarios y, por lo tanto, de la oposición.
Aunque cada nuevo paso de la alquimia hace tambalear al anterior y pone el mundo al revés, esta revolución es quizás la más espantosa. ¡Han dejado de ser dioses! “Imaginen un ser que se siente omnipotente en su mundo. A donde quiera que mira encuentra el reflejo de sí mismo. De pronto, comienza a ver a las personas y a las cosas como creaciones separadas. Ninguno de ustedes recuerda este suceso aterrador porque ocurrió en la primera infancia. Sin embargo, fue un cambio estremecedor, casi como un nuevo nacimiento. Eran felices como dioses y nacieron a la mortalidad”.
“También fue un nacimiento al dolor”, dijo Percival. “¿Era absolutamente necesario este paso?” “Ah, claro que sí. Ya les dije, las semillas y las tendencias. Cuando la curiosidad del bebé lo lleva a fijar su atención afuera de sí mismo, ¿qué es lo que ve? Primero, el rostro de su madre. De acuerdo con el plan de la naturaleza, el bebé responde automáticamente a su madre como a una fuente de amor y alimento.
Pero es una fuente externa a sí mismo. He ahí la trampa, porque por perfecto que sea el amor materno, no es amor propio y, durante muchos años; ustedes suspirarán por la pérdida del amor perfecto, sólo para darse cuenta de que el objeto de su nostalgia es el amor por ustedes mismos antes de que los demás aparecieran en escena. “Al principio, no había separación. Cuando el bebé tocaba el seño de la madre, o su cuna, o la pared, sentía que todas esas cosas eran una sola sensación continua sin divisiones.
Sin embargo, al poco tiempo todos los bebés se dan cuenta de que hay algo más aparte de ellos mismos: el mundo exterior. El ego dice: ‘este soy yo, ése no soy yo’. Y gradualmente comienza a identificar algunas cosas con su ‘yo’ — su mamá, sus juguetes, su hambre, su dolor, su cama. Tan pronto como emergen las preferencias se perfila todo un mundo que no es “él” — no es su mama, no son sus juguetes, y así sucesivamente. “No puede recordar ese nacimiento, como tú lo llamas”, dijo Percival. “Pero si lo que dices es cierto, entonces fue en ese momento cuando comenzó la búsqueda del Grial.
¿Dónde más podría comenzar sino en la separación?” “Si. Mientras ustedes los mortales se sentían divinos, no había necesidad de salir a recuperar la bendición de Dios”, coincidió Merlín. “Pero en la separación comenzaron a buscarse a sí mismos en los objetos y los sucesos. Perdieron la capacidad de verse a sí mismos como la fuente verdadera de todo lo que es. Para el bebé no era equivocado sentirse la fuente de la vida.
Pero a medida que comienza a explorar el mundo exterior y a fascinarse por sus objetos, liga su felicidad a ellos. Esto es lo que denominamos referencia al objeto, la cual reemplaza la autorreferencia presente en el bebé”. “¿Y este paso no se pierde también a medida que el niño continúa avanzando?”, preguntó Galahad.
“Nada se pierde nunca. El nacimiento del ego dio lugar a aspectos que todavía pueden percibir en ustedes mismos: el temor al abandono, la necesidad de aprobación, la necesidad de poseer, la angustia ante la separación, la preocupación por sí mismos, la autocompasión. Desarrollaron adicción por el mundo y continúan siendo adictos, porque ya no pudieron sentir la plenitud de la misma manera simple como la siente un bebé. Pero no se desesperen, porque bajo esos cambios había una fuerza más profunda en funcionamiento”.
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En la época del rey Arturo no había otra búsqueda que despertara más pasión que la búsqueda del Santo Grial (según la tradición, el Santo Grial fue el cáliz que usó Jesús en la última cena)
Cada uno de los caballeros de Arturo soñaba con obtener ese esquivo trofeo que traería al rey la protección y la bendición de Dios. Era común encontrarse con caballeros que hacían penitencia para recibir una visión del Grial, y los artistas competían entre sí para pintar una imagen de la
Última Cena más espléndida que la anterior. “Es casi imposible convencer a los mortales de que las aventuras no se emprenden en busca de cosas externas, por sagradas que sean”, le había dicho Merlín a Arturo una vez. El rey recordaba esas palabras siempre que la fiebre del Grial alcanzaba su punto máximo, lo cual solía suceder durante los largos y oscuros meses de invierno, cuando los caballeros caían presa del aburrimiento y el desasosiego.
Los más jóvenes, en particular, vivían impacientes por viajar a Tierra Santa o al castillo de Monsalvat o a cualquier otro lugar, mítico o real, donde pudiese estar guardado el Grial. El rey se mantenía alejado de todo ese fervor. “Si desean ir...” decía arrastrando la voz. “¿Qué? ¿No crees en el Grial?”, preguntó Sir Kay impetuosamente.
Considerado hermano del rey desde antes de que Arturo retirara la espada de la piedra, Kay se tomaba libertades que nadie más se atrevía a tomar. “¿Creer? Imagino que tendría que decir que sí”, replicó quedamente Arturo, “pero no de la manera como tú piensas, no de la misma forma como tú crees”. Esa respuesta era demasiado sutil para Kay, quien se mordió los labios para no hacer una pregunta más insolente.
“¿Es real el Grial, mi señor?”, dijo Galahan en un tono mucho más suave. “Preguntas como si creyeras que lo he visto”, dijo Arturo. “Yo no sé si creerlo”, tartamudeó Galahad, “pero circulan rumores”. “¿Qué clase de rumores?” “Sobre Merlín.
Se dice que él mismo trajo el cáliz desde Tierra Santa, donde había permanecido oculto durante muchos siglos”. Arturo reflexionó sobre eso unos segundos y dijo: “Al igual que todos los rumores, hay una pizca de verdad en éste”. Hubo un movimiento entre todos los presentes, porque era la primera vez que el rey admitía conexión alguna con el codiciado tesoro. Pero después Arturo guardó silencio. Una noche al comienzo de la primavera, cuando el hielo despejaba los campos y los junquillos brotaban entre las rosas marchitas de Navidad, se veía una hoguera a gran distancia de los muros del castillo.
Alrededor de ella estaban Sir Percival y Sir Galahad, quienes habían prometido partir juntos a un retiro santo. Era demasiado pronto para internarse en la espesura del bosque, donde las últimas nieves del invierno todavía formaban montones sucios bajo la sombra de los árboles, de tal manera que los dos caballeros oraban y ayunaban al abrigo de una pequeña tienda que se alcanzaba a ver desde la recámara del rey.
“Una vez pensé que mi sueño de conseguir el Grial era un capricho ocioso”, comenzó Percival. “Todo caballero desea ser el primero entre campeones, pero durante años le di la espalda a mi deseo por considerarlo juguete de mi orgullo. Pero te digo, Galahad, que mi alma arde por esa cosa “El rey dice que no es una cosa”, le recordó el joven. “También dice que Merlín lo trajo a Inglaterra. Tú mismo lo escuchaste, ¿no es así?”
La voz de Percival insinuaba un desafío y Galahad se limitó a asentir con la cabeza. “Algunas veces, la penitencia y la oración encienden más fuegos de los que apagan”, pensó. Galahad debía admitir ciertamente que compartía el deseo ardiente de Percival. “Si hay alguien destinado a capturar el Grial, seguramente es uno de nosotros”, dijo tirando al fuego unas ramas secas de avellano y observando cómo se avivaba.
“Somos el único grupo de caballeros que vive verdaderamente para proteger la paz y no para asolar el país y sembrar el terror. No se si mi corazón es lo suficientemente puro para alcanzar el Grial —no soy tan vanidoso o estúpido como para creer que ha de caer en mis manos — pero mi corazón continuará adolorido mientras no lo intente”.
En ese momento escucharon el ruido de pasos que avanzaban sobre la delgada capa de hielo que todavía cubría el suelo de los alrededores. Se pusieron alerta, esperando que el extraño se identificara, cuando una voz ligeramente burlona dijo: “No teman y les ruego que me permitan pasar. Necesito el calor del fuego, si fueran tan amables de compartirlo”.
Percival miró a Galahad y luego le habló a la oscuridad: “Vete y enciende tu propio fuego. Somos dos caballeros en retiro y no debemos entrar en contacto con las impurezas del mundo durante un tiempo”. La respuesta fue una risa burlona. “¿Que encienda mi propio fuego, dices? Entonces eso es lo que haré”. No acababa de pronunciar esas palabras cuando Percival se paró de un salto al sentir que el suelo se encendía en llamas bajo sus pies.
Galahad miró asombrado a su alrededor y se vio encerrado en un círculo de fuego que había brotado del corazón helado de la tierra. Antes de que pudiera proferir palabra, una figura alta, esbelta como un pino añoso, atravesó las llamas y se paró sobre ellas. “Merlín”, dijo Galahad, tratando de contener sus emociones. “¿Qué te trae por aquí después de tan larga ausencia?” “No tu insolente amigo”, replicó Merlín, mirando de reojo a Percival, quien hacía grandes esfuerzos por mantener el mínimo grado de dignidad que puede mostrar un hombre a quien se le quema la espalda. “Siéntense, siéntense”, dijo el mago.
Percival sintió que el embarazoso dolor desaparecía y se sentó al lado de Galahad, al frente de Merlín. Ninguno de los dos lo había visto jamás, pero la descripción de Arturo había sido perfectamente fiel, hasta en lo que tocaba a las viejas y raídas zapatillas de cuero negro. “No se queden mirándome”, dijo Merlín. “Estoy pensando”. “¿En qué?”, preguntó Percival. “Y no me interrumpan”, fue todo lo que respondió el mago. Al cabo de unos momentos se suavizó su expresión un tanto gélida. “Sí, creo que dices la verdad. Ahora el único problema es saber qué hacer con ella”. “¿La verdad sobre el Grial?”, preguntó Galahad. “Claro que deseamos emprender esa búsqueda”. Merlín lo miró con aprobación.
“Me reconociste sin necesidad de tontas presentaciones y ahora estás cerca de leerme la mente. Muy prometedor”, dijo. Por su natural modestia, Galahad agachó los ojos esperando que Percival no le envidiara ese halago inesperado. “Su rey habló acertadamente”, dijo Merlín. “El Grial no es un objeto tras el cual puedan cabalgar como en la cacería del zorro. No está hecho de oro o gemas y, por lo tanto, de nada serviría acapararlo en secreto.
Y poseerlo no confiere la bendición de Dios, como tampoco no poseerlo”. Percival, que se sentía cada vez más impaciente, finalmente interrumpió: “¿Cómo puedes decir eso? El Grial debe conferir la bendición de Dios Merlín lo calló con una mirada severa. “Mi querido zoquete, si todo este mundo es creación de Dios, cómo podría una parte de él, por distante, pequeña o insignificante que fuera, ser menos bendita que otra?” “Pero el Grial existe, ¿no es así?”, preguntó Galahad. “El rey nos dijo que tú lo proteges”. Merlín asintió. “Protejo lo que no necesita protección, oriento la búsqueda que no conduce a ninguna parte y, al final, estaré ahí cuando ustedes encuentren el Grial, aunque no nos verán ni a él ni a mi”.
Merlín se veía bastante alegre con su adivinanza y calmadamente sopló una bocanada de humo como si el tabaco ya se hubiera descubierto. Percival se puso de pie súbitamente. “Bueno, si soy el zoquete aquí, permítanme dejarlos”. La actitud de Merlín se suavizó un poco. “Eres lo que eres, lo cual parece ser suficientemente bueno a los ojos de Dios y suficientemente extraño en este mundo sin esperanza”, murmuró. “Toma tu lugar, por favor”.
Todavía algo disgustado, Percival aceptó la cortés invitación. “No he venido a esta hoguera por casualidad. Estoy aquí para guiarlos hasta el Grial”, declaró Merlín. “Hay una regla imposible de desobedecer; cuando el alumno está listo, el maestro aparece. Yo puedo enseñarles lo que desean saber. Mis observaciones iniciales no fueron groseras ni místicas. Sólo deseo que despejen sus mentes y se liberen de los sueños equivocados que puedan tener acerca del objeto de su búsqueda”. Con un movimiento de la mano, Merlín redujo el círculo de fuego a un resplandor mortecino, de tal manera que era casi imposible distinguir sus rasgos a la luz del rescoldo.
Los dos caballeros lo veían como una sombra larga con una corona de cabello blanco iluminado por la Luna. “La búsqueda cuyo trofeo es el Grial no es una aventura de aquéllas que los caballeros ignorantes anhelan emprender. Es una travesía interior, una aventura de transformación. ¿Los dos han oído hablar de eso que llaman alquimia?” Recortados como sombras contra una oscuridad todavía mayor, Percival y Galahad asintieron.
“La alquimia es el arte de la transformación”, continuó Merlín, “y sólo cuando se han completado sus siete pasos es posible obtener el Grial”. “¿Siete pasos?”, preguntó Percival. “Entonces, después de todo el Grial sí es de oro, porque sé que los alquimistas...” “Tonterías y basura. Sabes muy poco o nada sobre ese arte y, no obstante, lo has practicado desde el día en que naciste”, replicó Merlín. “Cada bebé nace alquimista y después pierde su arte, sólo para recuperarlo posteriormente”.
Percival finalmente se dio cuenta de que el mago continuaría con las adivinanzas si él insistía en dudar de su palabra; por lo tanto, optó sabiamente por sentarse y escuchar. “El más grande desperdicio en la existencia”, continuó Merlín, “es el desperdicio del espíritu. Cada uno de ustedes los mortales vino al mundo para buscar el Grial. Ninguno nace con más privilegios que los demás; el mago sabe que todos han sido creados para llegar a la libertad y a la realización”. “¿Acaso no soy libre ya?”, preguntó Percival.
“En el sentido más elemental, sí, puesto que no eres prisionero; pero me refiero a una libertad más profunda: la capacidad para hacer cualquier cosa que desees cuando lo desees”, replicó Merlín. “Y hay niveles todavía más profundos. Debes admitir que eres cautivo de tu pasado — tus recuerdos crean el condicionamiento que literalmente maneja tu vida. Si estuvieras libre del pasado, podrías entrar en un ámbito de posibilidades infinitas, y romper la barrera de lo conocido en cada momento.
El Grial es solamente la promesa visible de que esa perfección existe. ¿Me comprendes?” Ahora que había entrado en materia, el mago no esperó la señal de asentimiento. “He dicho que en el camino hacia la libertad y la realización hay siete pasos de alquimia. El primero comienza con el nacimiento, otros pocos se cumplen durante la infancia, y los demás quedan en las manos de cada uno.
Dentro del plan divino, ustedes siempre están protegidos, pero a medida que crecen su voluntad y deseo propio aumentan. Cuando nacieron eran lo suficientemente puros para tomar el Grial, pero demasiado ignorantes para conocer su existencia. Como adultos conocen la meta, pero ya han cerrado el camino para llegar a ella. La concesión del libre albedrío fue lo que los llevó a perder el Grial, pero al mismo tiempo constituye el medio para recuperarlo al final”. Temiendo las constantes objeciones de Percival, Galahad se apresuró a intervenir:
“¿Querrías enseñarnos los siete pasos?” Merlín permitió que una sonrisa leve de reconocimiento se dibujara en sus labios antes de acceder a la petición.
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